Recuerdo que… (Parte I: «En el Crimea»)
Hay muchos tipos de recuerdos: reales, imaginarios, inconscientes, inducidos por otros… y una larga lista de posibilidades. Existe un libro que trata de estos temas y de cómo los recuerdos pueden perdurar hasta la tercera generación. Es un libro de psicología, pero fácil de leer, se titula ¡Ay, mis ancestros! de Anne Ancelin Schutzenberger, lo recomiendo. Hay un párrafo en el libro que -creo- nos concierne a todos los integrantes de este colectivo de alguna manera:
“Recordemos que no hace mucho tiempo, durante cuatro décadas aproximadamente, la lealtad para con el Partido Comunista y la Unión Soviética era de rigor en un gran numero de intelectuales de izquierda. Esto se ligaba con frecuencia, en el caso de los franceses, a la Segunda Guerra Mundial y a los lazos creados en la clandestinidad durante la Resistencia (después de 1942) y a los muertos rusos de Leningrado y Stalingrado. Después de Hungría (1956) y Praga (1968), las cosas comenzaron a cambiar y muchos intelectuales y militantes no alcanzaban a ver claramente, a aceptar e integrar las informaciones y a liberarse de esa atadura y de esa lealtad. No es que se los obligara; era algo interior, que tocaba una lealtad fundamental (el respeto por los muertos, el “gracias por los servicios prestados al detener al enemigo”, el ideal y la dificultad para reducir la disonancia cognitiva frente a informaciones y comportamientos contradictorios). Esta lealtad fundamental consiste en un compromiso interno para salvaguardar al grupo o la familia (familia de sangre, familia adoptiva, familia elegida, familia política), o la historia de la familia. Ya evoqué la parentización, una distorsión de la lealtad familiar.”
Esto viene a cuento porque muchos recordaran que el primer viaje del Crimea con repatriados fue en el mes de septiembre de 1956. Mi familia estaba inscrita para el tercer viaje, programado para noviembre. Mi edad no me permitía entender muy bien lo que pasaba, pero sí recuerdo nuestra habitación con unos cajones grandes de madera donde iban las cosas que llevaríamos a España, y también el trasiego de gente entrando y saliendo, me imagino que comprando cosas que dejábamos o pidiendo que viéramos a los familiares, con tal o cual encargo. En medio del lío de preparativos y emociones, llegó el 4 de noviembre de 1956 y la invasión de Hungría.
Recuerdo a mis padres sentados cada uno en una silla, derrotados, porque habían avisado de que se suspendían los viajes de repatriación de los españoles. Esa imagen la tengo grabada. ¿Qué iba a ser de nosotros? De pronto, pasada una semana o dos, llegó el aviso de que, si estábamos en capacidad de organizar rápidamente la salida podríamos partir a finales de noviembre. La vida se aceleró instantáneamente. Era un destello de luz promisorio en medio de todas las incertidumbres que significaba el retorno.
Mis recuerdos saltan directamente al buque Crimea. No recuerdo el viaje en tren desde Moscú a Odessa, no recuerdo el embarque, solo recuerdo que el barco comenzó la travesía por el Mar Negro y de pronto ancló frente a Estambul. Era de noche y se veían las luces de la ciudad en la lejanía. Todo el pasaje estaba en cubierta, tanto de un lado como del otro en el barco. Del lado en que me encontraba vi que llegaban unas barcas de remo -tal vez tenían motor fuera borda– con dos o tres personas. Pude ver que se levantaba alguna de ellas con un candil para que los viéramos y gritaban “Salam Aleikum” levantando el brazo libre en señal de saludo. Creo que alguien a mi lado comentó que serían comunistas turcos que venían a saludarnos. Aquí se acaba mi recuerdo.
Cuando comencé a buscar historias relatadas en diferentes libros, pude encontrar descripciones de aquel momento: el barco no tenía permiso para entrar a puerto y, sin embargo, una delegación de la Cruz Roja Española tenía que subir al Crimea, como se había acordado. Según cuentan, la delegación subió a bordo en la noche. Parece que lo hizo del lado contrario de donde yo estaba. Los que vieron subir a los funcionarios de la Cruz Roja no vieron las barquitas que vi yo. Entre los que las estábamos viendo, no hubo nadie que escribiera sus memorias porque aun no he encontrado esa referencia. ¿Qué hacían esas barcas ahí? ¿Era realmente lo que oí comentar? Hasta ahora se queda en incógnita.
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* малина es colaboradora habitual de NR (один из наших).
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