Retornados en los 90. Casualidades.
Arsen Ulitkin.
A principios de verano, allá por junio o julio, estuvimos por Galicia y por León, tras atravesar Asturias. ¡Maravillosas tierras y maravillosas personas!
Tenía pendiente de compra un libro que era, cómo no, de uno de nuestros Niños, sus memorias. Le tenía echado el ojo por internet, ya de segunda mano, no es un libro nuevo. Un día por otro… y no lo terminaba de comprar. Y, de repente, me di cuenta de que la librería que lo vendía estaba en León, en la capital, a poco más, con mi actual velocidad de crucero, de veinte minutos de nuestro hotel. Y allá que fuimos.
Es, además, una librería “de viejo” con un nombre que nos atañe…a unos, igual, más que a otros. Se llama Oblomov.
Oblomov es el título de una obra del gran escritor ruso Iván Goncharov, publicada en 1859. “Oblomov” viene de la palabra rusa “oblom”/ облом. Es la incapacidad de hacer, de decidirse, el escapismo de la realidad, el no hacer, el no decidir hacer, el estar… Es una crítica de esa nobleza rusa del XIX, improductiva, vaga y, por supuesto, sin voluntad de intentar hacer. Se podría traducir como fastidio, como asco,….pero también como gorronería. Nada que ver con esa pequeña y deliciosa librería y con su encantador y entendido propietario..
Compré el libro de nuestro Niño. ¡Bien! Y traía sorpresa. Según me comentó el librero, el propietario anterior se había dejado entre las paginas del libro un folleto. ¡Oro en paño! Eran unas páginas publicadas por aquellos Niños que se repatriaron ya en los años 90, por aquellos que vivieron todas las vicisitudes de los otros Niños, y algunas más.
Volvieron a la patria (con minúscula, como ella les acogió) tras la caída de la Unión Soviética, con una mano delante y otra detrás, intentando asentarse en ese país que siempre, a lo largo de toda su vida, habían considerado el suyo. A pesar de haber pasado infancia, adolescencia, juventud, madurez….y casi toda la vejez, en aquellas tierras lejanas que los acogieron con los brazos abiertos, como a sus propios hijos.
Y no tenían a dónde ir, dónde vivir, dónde terminar sus días en paz en la patria (con minúscula). Y formaron una a modo de cooperativa, una residencia. Y la llamaron… “El Retorno“. Aquel último hogar ya no existe. Pero nos queda su recuerdo.
Y un poema que escribió uno de sus miembros, Víctor Mirón Ovejero. Era el presidente de “El Retorno”. Adjuntas, aquí tenemos sus palabras: