Según el color del cristal…
No dejo de sorprenderme por la verdad que tiene este dicho popular. Conocí a una chica que me contó cómo se enamoró de su novio, y cómo terminó su matrimonio yéndose a pique.
– Me enamoré perdidamente… se parecía a Marlon Brando. Te voy a enseñar una foto que guardo de él. Solamente cuando me divorcié pude verlo tal cual era
Me mostró la foto y lo que se veía era un hombre en una versión joven de Woody Allen. Realmente el amor es ciego. Pero es que esto se repite en todos los aspectos de la vida.
Buscando testimonios de refugiados españoles a su llegada a Oran, en el buque Lezardrieux, en el que también iba mi padre, encontré uno de Edmundo Domínguez, en su libro “Los vencedores de Negrín”. Como ejemplo, copio unas líneas de lo que relata cada uno al aproximarse el barco al puerto de Oran.
Edmundo:
“Llueve.
Sobre la cubierta chapotea el agua y ensucia las bodegas.
Desde el barco contemplamos los primeros edificios de la ciudad de Oran, blanca y moderna.
El saliente que forma su bahía nos ofrece una bella perspectiva.
El verdor de los campos mojados por la lluvia es más oscuro y en la parte más alta de la montaña, un poco oculto entre macizos de verdura, divisamos el castillo de la ciudad, que nuestros antepasados construyeron y que hoy, presentimos, puede convertirse en nuestra prisión.”
Mi padre:
“Llegamos a Orán en un soleado día. Nuestras costillas se habían acostumbrado ya al duro suelo de la bodega y dormíamos a pierna suelta. Era increíble la capacidad de adaptación del cuerpo humano. Ni qué decir que estábamos eufóricos. ¡Íbamos a desembarcar! La ciudad de Orán con sus casitas blancas y sus minaretes se ofrecía acogedora ante nosotros.
Muchos, los que pudieron, se endomingaron. Nosotros sólo pudimos afeitarnos bien y atusarnos el pelo.”
¿Raro verdad? Pero así es la vida, uno tenia los cristales del pesimismo y el otro los de la euforia.
Estoy absolutamente segura que ninguno mentía, fue como realmente lo percibió cada uno. Lástima que no pude encontrar mas testimonios, seguro que habría salido un arco iris de versiones.
Se cree que la imagen recoge el momento en que por fin permiten el desembarco de los refugiados espanoles del Stanbrook. El buque que está detrás posiblemente sea el Lezardrieux. Ambos barcos estuvieron retenidos en el puerto de Oran, sin permitir la bajada de los refugiados durante un mes aproximadamente.
Los dos buques eran propiedad de la Compañía France Navegación, empresa propiedad de la Comintern. La tripulación del Lezardrieux estaba compuesta por jóvenes franceses de las juventudes comunistas. Fondo documental de la Fundación Pablo Iglesias.
Un amigo de la familia
Un amigo de la familia nos hacía reír sobre todo a los jóvenes cuando se tomaba un par de cubatas; siempre le daba por contar el mismo chiste. Desde que decía:
– ¿Os he contado un chiste buenísimo del que me estoy acordando ahora?… y claro, con esa introducción ya sabíamos que venia el chiste conocido de toda la vida. Con oír que nos iba a contar el chiste ya estábamos partidos de la risa. Curiosamente, después venía otra historia que, también como una rutina, llegaba detrás del chiste.
El contaba que al terminar la guerra civil fue hecho prisionero; y cuando comenzaron las obras del Valle de los Caídos, lo llevaron allí a trabajar. Cuando llegó el día en que le iban asignar celda, solo deseaba que le tocara alguien con quien pudiera llevarse bien. Contaba que tuvo la suerte loca de que le pusieran con un hombre que había sido compañero de él en el colegio. Se sintió feliz. Fueron pasando los días y pasaban mucha hambre. El trabajo era agotador. La cena venia en un pozuelo para los dos con una sopa deslavada, cada uno tenia una cuchara.
Como buenos amigos, se iban turnando, una cucharada uno, una cucharada el otro, en una estricta secuencia. Pero él notaba que su cuchara cogía menos sopa. Empezó a observar la situación y notó que su cuchara cada día era más plana que la de su compañero. Una noche, oyó un ruidito raro, abrió un ojo con cuidado y vio que su compañero le daba golpes a su cuchara con una piedra. Comprendió que era su compañero quien todas las noches y con mucha precaución, tratando de no hacer ruido, le iba machacando la cuchara para que cada vez recogiese menos sopa y así poder él comer algo más.
– ¿Y qué hiciste cuando lo descubriste? – le preguntábamos.
– Nada, estaba claro que el pobre tenía más hambre que yo. El hambre es una cosa terrible.
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* малина es colaboradora habitual de NR (один из наших).
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